jueves, 23 de mayo de 2024

Crónica del Triatlón Tarumba

La mañana del 19 de mayo amaneció con una promesa especial. No era un domingo cualquiera, era mí cumpleaños, y el destino había decidido que lo celebrara enfrentándome a un triatlón sprint en Sevilla. A las 12:30, el Guadalquivir nos esperaba, fresco y desafiante, con sus 13 grados que, aunque fríos, resultaban sorprendentemente agradables gracias a la brisa suave que acompañaba la jornada. El sol calentaba lo justo, sin sofocar, y la temperatura ambiente de 25 grados parecía conspirar a nuestro favor.

En la orilla del río, más de 400 nadadores con gorros rosas se agolpaban en una mezcla de nerviosismo y expectación. La señal de inicio rompió el silencio y, de repente, el Guadalquivir se convirtió en un campo de batalla acuático. Nadé 750 metros en un carril de apenas 20 metros de ancho, luchando por cada brazada en una suerte de combate de UFC en el agua. Las curvas marcadas por las boyas reducían el espacio a tres metros, intensificando la lucha. Sin embargo, entre el caos, había momentos de belleza: ver los puentes del Alamillo y de la Barqueta a ras de agua era un lujo para los ojos. Diecisiete minutos después, salí del agua sintiéndome más vivo que nunca, como un gladiador que ha vencido no solo a sus rivales, sino también a sus propios miedos (el miedo de cruzarte nadando con una rata del tamaño de un gato montes, quien sale a pasear por el Guadalquivir sabe de lo que estoy hablando).


La transición a la bicicleta fue un desastre. Las novatadas se pagan en estas pruebas, me dejé los cordones de las calas atadas, "menuda flandada". Me esperaban 20 kilómetros a través de los exteriores de la Cartuja. Dos vueltas completas que recorrieron el asfalto con mi bicicleta de montaña, mientras las bicicletas de carreras de mis competidores cortaban el aire con una elegancia y rapidez que me hacían sentir como si fuera en mi bici siendo el mismísimo King África. El recorrido era llano, pero la diferencia de equipamiento se hacía notar. Aun así, no me desanimé. Cada pedalada era un paso más cerca de la meta. Una hora después, terminé el segmento de ciclismo, sintiendo el cansancio en las piernas pero con la determinación intacta.

Finalmente, llegué a la carrera, el terreno donde me siento más cómodo por todos mis años pasados de runner. 29 minutos corriendo por el Parque del Alamillo, un lugar que siempre me ha transmitido paz. El cansancio acumulado era evidente, pero sabía que éste era mi momento de brillar. Cada paso era un pequeño triunfo. Adelanté a una sola persona antes del sprint final, un corredor que sufría un tirón en el gemelo, pero esa pequeña victoria me supo a gloria bendita (no podía faltar en esta crónica una buena tarumbada). Crucé la meta sintiendo que había dado todo lo que tenía pero sin lesionarme, celebrando mi cumpleaños en un gimnasio al aire libre.

Mi hermano Moi, mi compañero de aventuras, había tenido una experiencia diferente. Con su bicicleta de carreras, me había sacado 17 minutos, marcando la diferencia que en estas competiciones es crucial. Nos reencontramos al final, compartiendo sobreesfuerzos y risas.

El triatlón sprint es la mitad de un olímpico, una prueba exigente pero accesible. Invito a todos a intentarlo al menos una vez en la vida. Para los más indecisos, el super sprint ofrece una versión más corta y manejable: 400 metros a nado, 10km en bici y 2,5km corriendo. Conocer el camino es una cosa, pero caminarlo, sentir cada brazada, cada pedalada y cada paso, es un reto que vale la pena vivir.

En ese día especial, Sevilla, con sus puentes y parques, fue testigo de nuestra gesta. Nuestro colega Fran, de Punta Umbria y padrazo, Moi y yo; nos alejamos de la meta, ya pensando en la próxima aventura, con el corazón lleno de satisfacción y el alma ansiosa por más desafíos.

Abrazos para todes!!

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